HISTORIA DE MAJADAHONDA


El nacimiento de Majadahonda no está muy claro, aunque se cree que fueron unos pastores segovianos allá por el siglo XIII, los que se asentaron en la zona y construyeron unas pocas cabañas. Con el paso del tiempo, esas viviendas se multiplicaron dando lugar a una modesta aldea llamada Majada-Honda, perteneciente en primer lugar al "País Segoviano" y más tarde a la "Tierra de Madrid". Estos hechos ayudarían a explicar el origen del nombre ya que el término "majada" significa "área o explanada en la que se recogen o reúne los rebaños de ganado", sobre todo, de ganado vacuno. El propio escudo de la ciudad, en el que aparece un redil para recoger el ganado, confirma también el origen histórico de dicho nombre de Majadahonda.

Algunos hallazgos arqueológicos, específicamente, la aparición de restos de un poblado romano-visigodo pueden servir para fundamentar la idea de que fue un lugar poblado desde mucho tiempo antes aunque quedara despoblado posteriormente. Fue en el siglo XVI cuando Majadahonda empieza a convertirse ya en una aldea en condiciones, con un censo de 400 habitantes. Algunos de ellos tenían como apellido Bravo, Montero, Rojas o Labrandero, apellidos que aún perduran en la localidad. A finales de este siglo ya existían casi doscientas viviendas, habitadas por unos 800 majariegos.

Es interesante destacar como, en importantes obras literarias del siglo XVII, ya se hace mención de Majadahonda. Dos ejemplos de ello son la celebérrima creación de Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (Segunda parte, Capítulo XIX) o El Buscón de Francisco de Quevedo.

El núcleo de la aldea era la plaza, alrededor de la cual estaban un pequeño hospital, una modesta posada y la Iglesia de Santa Catalina, cuya fiesta se celebra el 25 de noviembre, que es día festivo en Majadahonda. El pueblo se alargaba a través de las calles San Roque, Real y El Cristo. En el siglo XVII se produjo un espectacular descenso de población, apenas superando el medio millar de habitantes tanto a principios como a finales de siglo. Se dice que entonces Majadahonda estuvo a punto de ser vendida, al igual que se hizo con Boadilla del Monte y Pozuelo de Aravaca (Pozuelo de Alarcón, después de la venta). No obstante, la protesta de los vecinos hizo efecto en el rey Felipe IV y la operación no fructificó.

Con el cambio de dinastía, y ya entrados en el Siglo de las Luces, se produce un aumento demográfico considerable, hasta dejarlo en 800 vecinos según el censo de Floridablanca. La mayoría eran jornaleros, frente a una minoría de labradores ricos y hacendados forasteros. El pan y la leña, que vendían en Madrid, eran sus principales armas de comercio. Las relaciones con el rey Felipe V fueron entonces muy buenas, consiguiéndose incluso que se indemnizara a los majariegos con 3.000 reales al año por los daños que ocasionaba la caza en el monte del Pardo. A cambio, los habitantes de la aldea accedieron a que se cortase leña de su dehesa para cocer 600.000 ladrillos para construir el Palacio Real.

El siglo XIX no empezó con buen pie para los habitantes de Majadahonda. Las malas cosechas, la peste, y los efectos de las guerras, dejaron el pueblo casi desolado. En 1812, durante la Guerra de independencia española, las tropas de Wellington se enfrentaron a las francesas en Majadahonda, dejando todo prácticamente derruido.

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